
apareciendo…Si esto hubiera sido efectuado cuando
vivía, sin duda que hubiera sido preservado.”
Como dijimos la erupción dentaria se consideraba
como capaz de producir la muerte. En las tablas de
mortalidad publicadas por John Graunt (1620-72), en
Londres, en 1662, guran 470 muertes como causadas
por la erupción dentaria durante ese año y, tomando
el total de las muertes producidas en esos últimos
20 años, un tercio de ellas correspondían a menores
de 4 años, presentando los siguientes diagnósticos:
muguet, convulsiones, raquitismo, dentición y
parasitosis intestinales. En 1732, John Arbuthnot
(1667-1735) escribía: “Más de una décima parte de
todos los niños muere durante la erupción dentaria”.
En el año 1762, el médico inglés William Smellie
(1698-1763), en su Tratado de Teoría y Práctica de
las Parteras, comentaba en el capítulo dedicado a las
enfermedades de los niños: “…Cuando los dientes
se disparan desde sus cuencas, y sus losas puntas
comienzan a trabajar su camino a través del periostio
y las encías, frecuentemente producen gran dolor e
inamación, que si continúa, trae síntomas febriles y
convulsiones, que comúnmente resultan fatales”.
Durante el año 1815, la publicación “El Compañero
de la Mujer Jóven”, publicación dirigida a las lectoras
femeninas, hablaba de la dentición como un “mal que
se lleva consigo grandes números; porque se debe
enteramente a la debilidad de sus cuerpos el hecho
que los niños corten los dientes con tanta dicultad, y
que los acompañen de ebre, convulsiones y muerte”.
Recomendaba para evitar esto hendir las encías
con lancetas, pero recomendaba que esto debía
ser efectuado por médicos, y advertía a los lectores
“no depender de comadronas ni de enfermeras que
realizan la operación con monedas de plata dobladas
y otros medios inecaces”. Otra opción terapéutica
de la que se disponía eran las sanguijuelas, que se
aplicaban sobre las encías inamadas para causar
alivio.
En 1827, John Roberton (1791-1876) escribía en
Manchester que 181 muertes se habían atribuido a la
dentición ese año. Más adelante continua diciendo:
“A veces ocurre que los signos de la dentición son
severos. En vez de un ujo de saliva, existe una diarrea
profusa; grandes ronchas aparecen en diferentes
partes del cuerpo, acompañadas de accidez de los
músculos, o una emaciación y ebre alta (…) que
afecta la cabeza y ocurren convulsiones”.
Desde la antigüedad se creía que el coral evitaba
las infecciones, y que cambiaba de color según el
estado de salud del infante, volviéndose pálido si
la salud del niño peligraba. Era natural que muchos
pequeños bebés tuvieran una pequeña vara de coral,
montada en plata, oro u otro metal, según la posición
económica de la familia. Estos trozos de coral en la
mayoría de los casos colgaban de cadenas o cintas
alrededor del cuello del niño. Durante los siglos XVII
y XVIII aparecen abundantes retratos de niños con
dichos elementos que los utilizaban como mordillos
para ejercer presión sobre las encías y así ayudar a la
erupción de los dientes.
En el año 1881, Thomas Kelly publica su “Household
Cyclopedia”, una enciclopedia que comprendía temas
de agricultura, metalurgia, pirotecnia, medicina y
una innidad de otros tópicos. En el apartado de
medicina, en relación con las enfermedades de los
niños, decía:”…Cuando los niños están cortando
los dientes babean mucho, tienen ebre, están
molestos, sus encías se hinchan y son muy dolorosas;
algunas veces tienen el vientre ojo, pero en otras
ocasiones presentan constipación; a veces aparecen
convulsiones. Usualmente se aplican sanguijuelas
detrás de las orejas; también ventosas. En vez
de dar narcóticos a los niños al cortar los dientes,
se recomienda vigorosamente cortar las encías
tumefactas con una lanceta hasta llegar al diente, una
operación no dolorosa. Si esto se hace a tiempo, al
remover la causa del problema, todos los síntomas
desaparecerán. En lugar de coral u otro material duro
dejen que el niño muerda un aro de goma elástica.
Es preciso notar que el autor denuncia una práctica
muy difundida en esa época, tanto para aliviar
las molestias de la dentición, como para muchas
ocasiones en las que se quería calmar a los niños, que
era administrarles preparaciones de opio o láudano.
Otros autores de la época también reeren que se
administraba vino y otros tipos de bebidas alcohólicas
para que se durmieran y no lloraran.
Una visión más conciliadora aparece en un tratado de
pediatría unos años después también en los Estados
Salud Militar 2014;33(1):41-52 43
Erupción dentaria manifestaciones sistémicas y locales