
Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 65
contraído la enfermedad las víctimas que allí yacían.
Esta situación de endemia es la que seguramente
motivaba a Rafael a mantener alejada a su familia en
Montevideo. Curiosamente su esposa le decía en la
carta ya citada que “Dios está en Río de Janeiro lo
mismo que en Montevideo, y ahí como aquí, él cuidará
de nuestras hijitas y de nosotros”.
En noviembre de 1891 Carolina y sus hijas se reunieron
por n con Rafael en Río de Janeiro. La familia se alojó
en el Hotel de Santa Teresa, en el morro del mismo
nombre, fuera de la ruidosa urbe y de la enfermedad.
Descreían que la ebre amarilla les atacara. Pero
en enero de 1892 Carolina y dos de sus hijas, María
Angélica y Elita, la más pequeña, enfermaron del mal.
La enfermedad en plenitud se presentaba súbitamente
luego de 2 a 5 días de ebre alta y chuchos, que seguían
a la picadura del mosquito e inoculación del mortífero
virus. El afectado comenzaba entonces con síntomas
de excitación, confusión y delirio (que Sienra describe
minuciosamente en su esposa), intensos dolores en
la cabeza y a lo largo de la columna vertebral. La
enfermedad no siempre era mortal, pues tras pocos días
en esa situación, podía suceder una progresiva mejoría,
anunciada por el descenso de la ebre y nalmente
curación. Pero a la inversa, al tinte amarillento de la
piel y las mucosas de ojos y boca (la ictericia que dio
nombre a la ebre como “amarílica”), se agregaban
las hemorragias que anunciaban el curso maligno de
la enfermedad y la segura muerte (el ominoso “vómito
negro”). En un tercio de los enfermos, la muerte era
rápida, precedida de un colapso circulatorio, shock
y pérdida de la conciencia. Es cierto que habían
medidas sanitarias pero, desconocido el agente viral
que producía el mal y su forma de transmisión por el
mosquito Aedes Aegypti, que pululaba en las aguas
encharcadas, en un ambiente tropical, y picaba a su
víctima durante la noche, sin existencia de vacunas,
aquellas medidas únicamente obligaban a denunciar los
casos de enfermedad, aislar los afectados y desinfectar
la vivienda. La “teoría del mosquito como vector de la
enfermedad”, si bien se conocía por las experiencias
del médico cubano Carlos Juan Finlay, de 1880-81, no
era difundida ni aceptada por la comunidad cientíca;
recién luego de la contundente demostración del aserto
de Finlay por la Comisión norteamericana e informe
de Walter Reed, de 1900, quedó rme esa teoría. Y
el mosquito Stegomya fasciata (ahora Aedes aegypti)
quedó como el victimario, y la lucha contra el insecto
se convirtió en la primera medida segura de control
epidemiológico.
En el año en que enfermó Carolina y sus hijas, 1892,
murieron en Río de Janeiro por ebre amarilla 4.312
personas, de las cuales algo más de la mitad eran
residentes con menos de un año de establecidos.
Los que eran más antiguos enfermaron en menor
proporción, fenómeno que se conocía como “resistencia
a la enfermedad por aclimatación”, al desconocerse los
mecanismos de la inmunidad, que recién comenzarían
a discutirse a nes del siglo XIX.
La enfermedad de Carolina evolucionó en forma
maligna. Su esposo describe la terrible ebre combatida
con baños helados, y el período confusional y delirante.
La piadosa complicidad del dueño del hotel, de sus
huéspedes y de los médicos, contraviniendo las
obligaciones sanitarias, evitaron el traslado de las
enfermas al hospital o una Casa de Sanidad, de las
establecidas en los barrios donde la ebre amarilla
se cobraba más víctimas. De resultas de la infección,
Carolina murió el 12 de enero de 1892 y fue sepultada
en el camposanto de San Francisco Javier, cerca de la
playa Cajú. Sus hijas fueron llevadas apuradamente
junto al padre al Teatro de San Pedro, donde se había
montado la exposición de arte decorativo; allí quedó
María Angélica, enferma, al cuidado de su tío José
Sienra. Salvaría su vida. Las otras hermanas, María
Carolina, María Margarita, y Elita, siempre escapando
al agelo infeccioso se trasladaron junto con el padre
a la ciudad balnearia imperial de Petrópolis, donde se
alojaron en el Hotel Orleans. Pese a los cuidados la
menor de las hermanas, Elita, enfermó y murió. Otro
de sus tíos, Manuel Sienra también enfermó (aunque
sobrevivió), así como algunos de los empleados que de
Montevideo había llevado Rafael, que no tuvieron igual
suerte, muriendo todos.
En plena epidemia y en menos de 48 horas, para agravar
la situación, hubo un crack nanciero-bursátil y cerca de
300 sociedades anónimas y casas bancarias de Río de
Janeiro quebraron. Una sola compañía quebró en 23
millones de libras esterlinas. Este desastre llevó al cierre
denitivo de la exposición en el Teatro de San Pedro y al
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli