Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 59



Dr. AUGUSTO SOIZA LARROSA a, b
a) Académico del Instituto Histórico y Geográco del Uruguay
b) Miembro de Honor y expresidente de la Sociedad Uruguaya de Historia de la Medicina

En 1993, en el pasillo central del Hospital Militar de Montevideo el cirujano, Jefe del Servicio de Cirugía poco después y luego
Profesor de Clínica Quirúrgica Luis Bergalli Campomar (1939 – 2000) me entregó una carpeta conteniendo un libro y documen-
tos varios. Por mi ación a los hechos del pasado intuyó que “seguramente me interesarían del punto de vista histórico”. Su
ascendiente, el también médico Román Bergalli, había ejercido en el Lazareto de la Isla de Flores y recibido de manos de uno
de los cuarentenados en esa isla, un libro de recuerdos con una dedicatoria autógrafa. La investigación sobre el motivo de ese
libro y la dedicatoria que contenía, que Luis Bergalli me había proporcionado, dio lugar a este artículo, que en primera instancia y
en menor extensión presenté hace años a la Sociedad Uruguaya de Historia de la Medicina pero por razones que ignoro no fue
publicado. Trata sobre la ebre amarilla, el lazareto uruguayo de la Isla de Flores y el médico Román Bergalli.
Lo dedico en homenaje al distinguido colega desaparecido (1).
 FIEBRE AMARILLA
URUGUAY - ISLA DE FLORES
Fechado en Montevideo el 28 de setiembre de 1893,
recién salido de la prensa, Rafael Sienra, el autor,
estampó de puño y letra en un ejemplar de su libro
Recuerdos de Carola la siguiente dedicatoria
Ruego a mi distinguido amigo, el Doctor Don Román
Bergalli, Médico del Lazareto de la Isla de Flores, se
digne aceptar estas páginas íntimas; que (en merecida
excepción) le entrego en testimonio de la imborrable
gratitud que guarda mi corazón, por las deferentes
atenciones y cuidados prodigados a y a mis hijitas
durante nuestra estadía de cuarentenarias [sic], de
regreso de nuestro tristísimo viaje a Río de Janeiro.”
El autor, su curioso libro, las peripecias del viaje a Río de
Janeiro, el destinatario, el lazareto se conjugaron para
profundizar en ese drama con connotaciones médicas.

Rafael Sienra Fernández había nacido en el
Departamento de San José (Uruguay) en 1857 (aunque
en la Biblioteca Nacional consta como nacido en
1855). Fueron sus padres Manuel García de la Sienra
Alonso y Manuela Fernández Félix (2, 3, 4). El abuelo
paterno, Juan García De La Sienra Alonso, poblador de
Montevideo desde 1781 y con estancia, había pasado
con su familia al solar Joseno.
Manuel García de la Sienra Alonso se casó en San José
en 1841 con Manuela Fernández Félix, unión de la que
nació Rafael.
Rafael Sienra procedía de una familia con fortuna y fue
un prolíco escritor romántico y narrador costumbrista,
muy a la época en que vivió. Aníbal Barrios Pintos (2) lo
calica acertadamente como “costumbrista romántico”,
un profundo conocedor del San José nisecular, con
calles de tierra, alumbradas con algún que otro farol
sin electricidad, sin “clubes de caballeros” y en donde
la trastienda del comercio (el padre de Rafael era
comerciante) o la rebotica, o la contería local eran los
ambientes habituales para la reunión social. En ellos las
horas se gastaban jugando a los naipes o al billar. Toda
actividad cesaba invariablemente a la medianoche, al
anunciar su llegada la voz del centinela de la guarnición.
Recibido: Mayo 2012
Aceptado: Junio 2012
218
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Dedicatoria de Rafael Sienra en su libro al Dr. Román Bergalli
Ruego a mi distinguido amigo, el Doctor Don Román Bergalli, Médico del Lazareto de la Isla de Flores, se digne aceptar estas páginas íntimas; que (en merecida excepción)
le entrego en testimonio de la imborrable gratitud que guarda mi corazón, por las deferentes atenciones y cuidados prodigados a y a mis hijitas durante nuestra estadía de
cuarentenarias [sic], de regreso de nuestro tristísimo viaje a Río de Janeiro.”
Publicación de la DNSFFAA
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Recuerdos de Carola, 1893, portada del ejemplar entregado al Dr. Román Bergalli
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli
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Publicación de la DNSFFAA
Joven todavía, con 24 años, Rafael integró la Comisión
fundadora de la Biblioteca Popular. Fue juez de paz
ya entrado el siglo XX. Su casa, distinguida, alojó al
presidente de la república Claudio Williman en 1909
y al ministro Baltasar Brum. De gustos renados
administró en Montevideo a nes del siglo XIX un
bazaar de arte ubicado en la calle Sarandí y Cámaras
(Juan Carlos Gómez). Hoy llamaríamos al comercio de
ese ramo, botica de arte y diseño. Eran años de fuerte
especulación y el país se atiborró de bienes suntuarios,
venidos de Europa (particularmente Francia) donde
agentes introductores compraban para los comercios
locales y las ricas familias del Río de la Plata. Son esos
artículos que vemos hoy salir a la venta en remates
y ferias domingueras, que asombran algunos por su
renamiento y despiertan nuestra curiosidad por saber
cuándo y quienes los adquirieron. El país, en un va y
viene, se vacía hoy de ellos para enriquecer los hogares
de los nuevos ricos de otros continentes, ávidos de
poseer piezas de artesanía manufacturada de los siglos
XVIII y XIX (cuándo no de antes), raras o de alto precio
en sus países de origen.
Rafael Sienra fue escritor y hombre adinerado, que
pudo darse el lujo de imprimir obras salidas de su pluma
a costa del propio bolsillo, incluso en tiradas fuera de
comercio. Sus biógrafos citan el año 1895 como inicio
de su obra édita con el folleto Impresiones, seguido
del artículo, Llagas sociales. La calle Santa Teresa, de
1896, una descripción del “barrio bajo” de Montevideo
que le dio popularidad. Sin embargo, cronológicamente
le corresponde a   , de 1893, la
primacía. Es el libro que nos entregara Luis Bergalli
y que seguramente nadie o muy pocos han leído;
y nadie de sus biógrafos parece haber leído. Entre
1908 y 1917 redactó manuscritos bajo los títulos de El
terruño. Historias y tradiciones de San José y su pago,
Juvenilia, Visiones de Italia, Montevideo y España,
que han sido parcialmente publicados y en su mayoría
permanecen inéditos. En biblioteca privada hay un
ejemplar mecanograado titulado Mi Aldea. Las últimas
alcaldadas, fechado en 1918 y con dedicatoria autógrafa
al Licenciado Peralta (el Dr. Domingo González) en
enero de 1919, en San José con una caricatura del
autor sentado sobre el Teatro Macció de esa localidad.
En 1900 publicó Fragmentos de un manuscrito, al
cual nos referiremos particularmente mas adelante, y
en 1905 Bocetos de San José antiguo en el periódico
montevideano “El Siglo”. No citado por sus biógrafos,
Sienra, que entre 1918 y 1923 fue cónsul de Uruguay en
España, con cargo desempeñado en Barcelona, publicó
en 1922 El Uruguay, su progreso, su riqueza, su cultura,
que como conferencia dictó en el Salón de Ciento del
Palacio del Ayuntamiento de la ciudad condal (5).
Entre 1909 y 1912, por su impulso y en calidad de
copropietario, se erigió en la ciudad de San José
el Teatro Macció, así bautizado como homenaje a
su fallecido suegro, Bartolomé Macció, padre de su
segunda esposa. En 1918, Cónsul de Uruguay en
España, se radicó en Barcelona, donde murió en 1923.

Tal vez como consecuencia de la crisis nanciera y la
quiebra del Banco Nacional en 1890, el negocio de
Rafael Sienra en Montevideo hizo crisis.
Los años 1885-86 de la Administración del general
Máximo Santos fueron de ahorro, restricción del
consumo y aumento del stock metálico. Superando las
exportaciones a las importaciones quedaron en la plaza
19 y ½ millones de pesos. La gran masa de los fondos
públicos estaba en el país, y lo menos depositado en
Londres. Sobre la base de esos ahorros y de esos
fondos públicos se desarrolló en Uruguay un gran
movimiento de expansión especuladora encabezado
por casi dos centenares de empresas e instituciones.
El precio de la propiedad territorial se inó hasta casi
duplicarse, las ventas territoriales crecieron, como las
hipotecas, la construcción de edicios, el consumo, y
se abusó del crédito. Hubo una impresión optimista en
la plaza impulsada por la inación generalizada. Entre
1887 y 1889, administración del general Máximo Tajes,
el movimiento de capitales se invirtió y las importaciones
superaron a las exportaciones; se fue del país el
metálico. Debe tenerse presente que el grueso de lo
que entraba por el puerto eran artículos de consumo
personal y menos de materias primas o capitales de
trabajo. Entre esos artículos importados estaban los que
ofrecía el bazaar de Rafael Sienra y que alhajaban las
residencias de los prósperos uruguayos.
El movimiento diario de las ventas al contado y de las
ventas a plazo en la Bolsa de Montevideo revelaba que
allí, en la rueda bursátil estaba el foco principal de la
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La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli
inación que se tragó los caudales del Banco Nacional
y arrastró a la ruina a muchos orientales. Para ayudar
al desastre, en 1889, apogeo del inacionismo, murió el
30% del ganado ovino, se perdieron casi totalmente las
cosechas de agricultura debiendo importarse granos,
y descendieron persistentemente los precios de los
productos exportados, en especial cueros. La Argentina
también entró en crisis.
Fue en este ambiente inacionario que se incubó la
crisis de 1890, que arrastró al Banco Nacional y a la casa
nanciera Baring-Brothers, sepultada por montañas de
papeles (bonos) incobrables de Argentina y Uruguay.
En 1887 se había fundado en nuestro país el Banco
Nacional con enormes privilegios y diez millones de
pesos oro. Sus acciones de 100 y 200 pesos pagaban
un interés del 12% anual, muy atractivo. El 5 de julio
de 1890 en la puerta principal del banco apareció un
cartel que rezaba Aplazada la conversión”. El metálico
en reserva del banco había desaparecido en gran parte
y los papeles y billetes no podían convertirse, unos siete
millones de pesos oro. Fue el resultado del desordenado
movimiento inacionario de los tres años anteriores en
que se habían inado articialmente todos los valores,
especialmente los territoriales y de bolsa. Seis días
antes del derrumbe tenía el Banco Nacional un monto
circulante en papeles de casi 7 millones de pesos con
encaje de algo más de 2 millones; al nalizar el mes del
desastre (julio), la circulación de billetes era casi similar
pero el encaje había disminuido a 594 mil pesos; y un
mes después (agosto) el encaje era de apenas 256 mil
pesos. Una ley de inconversión de los billetes emitidos
por el Banco Nacional dejó en la ruina a los inversores.
Seguramente la crisis de 1890 llevó también a la ruina el
negocio de Rafael Sienra que, acuciado por las deudas
de importación contraídas, y sin poder convertir sus
papeles en el Banco Nacional buscó continuarlo en Río
de Janeiro. Este fue el motivo de su viaje, y la causa de
su drama, pues como dijo fue para defender su nombre”.
Para no quedar como deudor por compromisos por
desastres comerciales”...
El viaje a Río de Janeiro fue minuciosamente descrito
en Recuerdos de Carola y en Fragmentos de un
manuscrito. Escribió este último en su retiro campestre
(está datado en la “Estancia en Pintos, 12 de mayo”
de 1900), dedicado a Margarita Lasala de Matzon,
Magdalena Navarro de Vellozo y Josena Martins de
Bulhóes, abnegadas enfermeras de mi esposa y mis
hijos (6). Fragmento de un manuscrito es un diario
íntimo, en base a cartas remitidas a su esposa desde
Río de Janeiro, adornado con múltiples grabados en
que gura su autor, su madre, su esposa y dibujos
alegóricos al drama uminense, prologado por Luis
Piñeyro del Campo. En cambio, el libro cedido por el
Dr. Luis Bergalli, Recuerdos de Carola, editado algunos
años antes, Montevideo, 1893, es un relato desgarrador
teñido por el cercano dolor de la pérdida de esposa e
hija (7).
¿Porqué demoró una década en reescribir ese diario,
Fragmentos de un manuscrito?. Fue el hallazgo de las
cartas que había enviado a su esposa desde Río de
Janeiro y que ésta guardaba en Montevideo. En las
páginas iniciales de la obra reere que Impulsada [su
esposa Carolina] por no que extraños presentimientos,
antes de embarcarse para Río de Janeiro, donde yo me
hallaba, apartó ella del cofrecito de su correspondencia
las cartas que aquí guran dejándolas cuidadosamente
guardadas en nuestra casa del Miguelete entre las
páginas de una obra de Lamartine, recuerdo de
nuestros primeros días de amores, junto a su retrato
querido y a un libro de oraciones que había sido de
mi madre. Después de varios años me encuentro
impensadamente con esos recuerdos y temblando,
dejando sobre él pedazos de mi alma, me pongo a
escribir estas páginas para entregarlas a mis hijas
cuando tengan edad de comprenderlas”.
El 6 de diciembre de 1890, a seis meses de la quiebra
del Banco Nacional, Rafael Sienra se embarcó en el
navío Portugal con destino a Río de Janeiro. Aunque no
lo dice a texto expreso, sabemos que llevó voluminosa
carga y fue acompañado por empleados de su negocio
montevideano. Iba un cuantioso capital de artículos
valiosos, decorativos, con destino a la venta en la capital
brasileña. Esperaba sin duda rehacer su capital y pagar
sus deudas. En la noche del 9 de diciembre el navío
fondeó en la bahía de Río de Janeiro y al siguiente día
desembarcó en la Praia do Peixe con un calor abrasador.
Al pisar tierra en el Largo do Paço, el aire sofocante, los
mosquitos y la bullanga del barrio portuario le produjeron
un sensible malestar y el inmediato rechazo de la vistosa
ciudad. Comenzó un periplo que narró como una crónica
vigorosa y amena, muy colorida de aquella ciudad de
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nes del siglo XIX. Por entonces Río de Janeiro era una
populosa urbe de 800.000 almas, capital de un enorme
país de 14 millones abrazada por una espléndida y
maravillosa bahía, rodeada de frondosa vegetación y
enormes elevaciones conocidos como morros.
Comparado con nuestra pequeña ciudad montevideana,
era una plaza atractiva comercialmente pues tenía una
acaudalada clase señorial que vivía en espléndidas
mansiones en las afueras del casco antiguo, ávida de
tener artículos nos y mobiliario de estilo en sus salas de
recibo. No importando que se le vendieran antigüedades
legítimas aunque fueran burdas imitaciones.
Gracias a las cartas de presentación que llevó desde
Montevideo, pudo arrendar por 800 pesos un magníco
local en un barrio distinguido -Lapa- el Casino
Fluminense. Un palacio que la corte del emperador del
Brasil, Don Pedro, destinaba para bailes, conciertos
y banquetes, y que fue clausurado a la caída de la
monarquía e instauración de la República. Allí Sienra
acumuló y expuso sus cuadros, mármoles, bronces,
ligranas, sedas y muebles. Una verdadera exposición
de arte decorativo de origen europeo que había
importado directamente a través de su casa introductora
que estaba en la calle Rincón. Y que ponía en venta
ahora según anunció por la prensa. La exposición contó
con el apoyo del Embajador uruguayo en Río de Janeiro,
Francisco Bauzá.
Algún benecio obtuvo por el remate de los artículos,
regresando a Montevideo. Quiebras sucesivas de su
bazaar de Sarandí y Cámaras le obligaron a buscar
nuevamente benecios en Río de Janeiro. Volvió pues a
embarcar lo que restaba del bazaar, unos 200 cajones
de mercancías; agregó bronces y muebles que tenía
depositados en Buenos Aires y expuso en Río ese rico
material, ahora en el Teatro de San Pedro, el mejor de la
ciudad, que arrendó por seis meses.
En este último viaje, ya en 1891, se producirá el drama
infeccioso.
       

Rafael Sienra se había casado en 1885 con Carolina
Casaravilla Vidal que fue su primera esposa, Carola en
su libro, boda que celebró en Montevideo. Podemos
conocer el rostro de Carolina, que reprodujo Rafael en
su libro Fragmentos de un manuscrito.
Carolina era hija del primer matrimonio de Carlos
Casaravilla Ortiz con Herminia Vidal. Carlos Casaravilla
(1832-1916) fue Escribano de Gobierno y Archivero
Nacional, presidente de la Comisión Departamental
de Instrucción Pública, director de la Usina Eléctrica
y hombre de negocios. Su propiedad del Prado, la
magníca “quinta de los Casaravilla”, fue sede de los
más recordados fastos sociales en su época. Fue este
hombre un ejemplo de longevidad y fecundidad, pues
tuvo dos matrimonios más luego de enviudar de la madre
de Carolina y una larga sarta de hijos, en total 22. De
su impulso y bolsillo se deben algunas construcciones
de Montevideo: la Escuela Argentina y la Parroquia de
la Inmaculada Concepción “Paso de las Duranas”, de
1889 (10), ubicada en el antiguo Camino Millán al 4772
y la calle que lleva su nombre. Su hija Carolina, según
testimonio familiar acostumbraba oir misa en la Iglesia
del Paso del Molino (aún no estaba edicada la de
Duranas) a la que iba montada en caballo si no llovía,
pues era “cristiana de buen tiempo”(8).
De la unión de Rafael Sienra con Carolina Casaravilla
nacieron cuatro hijas: María Carolina, María Margarita,
María Angélica y la menor, Elita.
Esposa e hijas quedaron en Montevideo al viajar Rafael
a Río de Janeiro por segunda vez. En fecha que, en
Fragmentos de un manuscrito el esposo no aclara,
recibió una carta de Carolina en la que, angustiada por
la separación y respondiendo el clamor de las hijas por
su padre, le comunica su determinación: viajará con
ellas a Río de Janeiro a reunirse con Rafael. Lo había
decidido y estaba por embarcarse en el navío “Norte
América”. Por telegrama aquel le contestó que accedía
al viaje. No podía hacer otra cosa que aceptar la rme
determinación de su esposa.
Brasil era un centro endémico de la enfermedad
infecciosa llamada ebre amarilla. Apenas
desembarcado en su primer viaje, Rafael Sienra contó
que el día anterior esa enfermedad había arrasado
con la tripulación de un barco holandés, incluyendo a
su capitán y al médico. La ebre amarilla estaba pues
activa y todos los días se cobraba víctimas sin reparar
en clases sociales. La morgue de la ciudad exhibía los
cadáveres de los afectados y en alguna oportunidad
Rafael visitó ese local, al que describe minuciosamente
en su libro, así como las circunstancias en que habían
Publicación de la DNSFFAA
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Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 65
contraído la enfermedad las víctimas que allí yacían.
Esta situación de endemia es la que seguramente
motivaba a Rafael a mantener alejada a su familia en
Montevideo. Curiosamente su esposa le decía en la
carta ya citada que Dios está en Río de Janeiro lo
mismo que en Montevideo, y ahí como aquí, él cuidará
de nuestras hijitas y de nosotros”.
En noviembre de 1891 Carolina y sus hijas se reunieron
por n con Rafael en Río de Janeiro. La familia se alojó
en el Hotel de Santa Teresa, en el morro del mismo
nombre, fuera de la ruidosa urbe y de la enfermedad.
Descreían que la ebre amarilla les atacara. Pero
en enero de 1892 Carolina y dos de sus hijas, María
Angélica y Elita, la más pequeña, enfermaron del mal.
La enfermedad en plenitud se presentaba súbitamente
luego de 2 a 5 días de ebre alta y chuchos, que seguían
a la picadura del mosquito e inoculación del mortífero
virus. El afectado comenzaba entonces con síntomas
de excitación, confusión y delirio (que Sienra describe
minuciosamente en su esposa), intensos dolores en
la cabeza y a lo largo de la columna vertebral. La
enfermedad no siempre era mortal, pues tras pocos días
en esa situación, podía suceder una progresiva mejoría,
anunciada por el descenso de la ebre y nalmente
curación. Pero a la inversa, al tinte amarillento de la
piel y las mucosas de ojos y boca (la ictericia que dio
nombre a la ebre como “amarílica”), se agregaban
las hemorragias que anunciaban el curso maligno de
la enfermedad y la segura muerte (el ominoso “vómito
negro”). En un tercio de los enfermos, la muerte era
rápida, precedida de un colapso circulatorio, shock
y pérdida de la conciencia. Es cierto que habían
medidas sanitarias pero, desconocido el agente viral
que producía el mal y su forma de transmisión por el
mosquito Aedes Aegypti, que pululaba en las aguas
encharcadas, en un ambiente tropical, y picaba a su
víctima durante la noche, sin existencia de vacunas,
aquellas medidas únicamente obligaban a denunciar los
casos de enfermedad, aislar los afectados y desinfectar
la vivienda. La “teoría del mosquito como vector de la
enfermedad”, si bien se conocía por las experiencias
del médico cubano Carlos Juan Finlay, de 1880-81, no
era difundida ni aceptada por la comunidad cientíca;
recién luego de la contundente demostración del aserto
de Finlay por la Comisión norteamericana e informe
de Walter Reed, de 1900, quedó rme esa teoría. Y
el mosquito Stegomya fasciata (ahora Aedes aegypti)
quedó como el victimario, y la lucha contra el insecto
se convirtió en la primera medida segura de control
epidemiológico.
En el año en que enfermó Carolina y sus hijas, 1892,
murieron en Río de Janeiro por ebre amarilla 4.312
personas, de las cuales algo más de la mitad eran
residentes con menos de un año de establecidos.
Los que eran más antiguos enfermaron en menor
proporción, fenómeno que se conocía como “resistencia
a la enfermedad por aclimatación”, al desconocerse los
mecanismos de la inmunidad, que recién comenzarían
a discutirse a nes del siglo XIX.
La enfermedad de Carolina evolucionó en forma
maligna. Su esposo describe la terrible ebre combatida
con baños helados, y el período confusional y delirante.
La piadosa complicidad del dueño del hotel, de sus
huéspedes y de los médicos, contraviniendo las
obligaciones sanitarias, evitaron el traslado de las
enfermas al hospital o una Casa de Sanidad, de las
establecidas en los barrios donde la ebre amarilla
se cobraba más víctimas. De resultas de la infección,
Carolina murió el 12 de enero de 1892 y fue sepultada
en el camposanto de San Francisco Javier, cerca de la
playa Cajú. Sus hijas fueron llevadas apuradamente
junto al padre al Teatro de San Pedro, donde se había
montado la exposición de arte decorativo; allí quedó
María Angélica, enferma, al cuidado de su tío José
Sienra. Salvaría su vida. Las otras hermanas, María
Carolina, María Margarita, y Elita, siempre escapando
al agelo infeccioso se trasladaron junto con el padre
a la ciudad balnearia imperial de Petrópolis, donde se
alojaron en el Hotel Orleans. Pese a los cuidados la
menor de las hermanas, Elita, enfermó y murió. Otro
de sus tíos, Manuel Sienra también enfermó (aunque
sobrevivió), así como algunos de los empleados que de
Montevideo había llevado Rafael, que no tuvieron igual
suerte, muriendo todos.
En plena epidemia y en menos de 48 horas, para agravar
la situación, hubo un crack nanciero-bursátil y cerca de
300 sociedades anónimas y casas bancarias de Río de
Janeiro quebraron. Una sola compañía quebró en 23
millones de libras esterlinas. Este desastre llevó al cierre
denitivo de la exposición en el Teatro de San Pedro y al
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli
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remate público de los artículos que no habían sido aún
vendidos.
El 20 de febrero de 1892 Rafael Sienra con sus hijas se
embarcó en el navío “Sorata” con destino a Montevideo.
Pero aún debía sufrir el calvario de la cuarentena.
Rafael Sienra
Carolina Casaravilla, Carola
       

En 1873, se realizó en Montevideo la Primera
Convención Sanitaria Internacional de América, en la
que participaron representantes de Argentina, Brasil
y Uruguay. Tenía como objetivo primordial uniformizar
las reglamentaciones sanitarias del tráco de viajeros
y cargas, que incluían cuarentena y tratamiento para
enfermedades que pudieran transmitirse por las
conexiones marítimas y uviales. Representaron a
Uruguay los Dres. Gualberto Méndez y Pedro Visca.
En esta primera Convención americana se acordaron
medidas sanitarias y de aislamiento de buques
infectados por cólera, peste y ebre amarilla (9). Se
estableció una      
para las tres enfermedades, contados desde el
momento que el buque abandonaba el puerto infectado
y si durante el viaje no se producían alteraciones de su
estado sanitario. De producirse enfermos a bordo, los
10 días se contarían desde la fecha de muerte o alta
del enfermo, o de la época del desembarco del afectado
en el lazareto. La  sería de dos tipos: “de
observación”, aplicable a los barcos de aquello puertos
no preservados de estas enfermedades en forma
segura (“puertos peligrosos”), o a las embarcaciones en
mal estado de higiene, y se cumpliría en sitio aislado y
bajo vigilancia de guardias sanitarios. O bien “de rigor”,
si el buque procedía de puerto infectado, exigiéndose
desinfección de equipajes, limpieza y aereación del
buque y aislamiento en el lazareto. Para el caso
especíco de la 󵘊󵔃󶈆 la cuarentena duraría
7 días entre 1º de mayo y el 31 de octubre ya que entre
esas fechas la enfermedad epidémica no existía en lo
puertos de Brasil. Ningún barco con pasajeros podía
ser rechazado, medida humanitaria que no siempre
fue respetada. Uruguay se comprometió a construir
un lazareto para cuarentena y tratamiento sanitario de
los buques con patente sucia y lugar para el visado de
la documentación sanitaria de otros. Nuestro país ya
había decidido , y cuando
se reunió la Convención ya estaban inaugurados los
primeros edicios en la Isla de Flores, lugar elegido para
esas instalaciones. Lamentablemente, no hubo sanción
legislativa en los respectivos gobiernos, y cada Estado
continuó rigiéndose por criterios propios.
Publicación de la DNSFFAA
66
Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 67
Roces y conictos declarados por la apreciación de
situaciones puntuales con navíos procedentes de
puertos sucios desembocaron en el Convenio 
, entre Argentina y Uruguay. El
médico chileno Adolfo Olaechea, que tuviera destacada
gestión en nuestro país, representó a la Junta de
Sanidad de Montevideo. Para los navíos procedentes
de puertos con 󵘊󵔃󶈆 (caso típico de Río de
Janeiro), la cuarentena sería “de rigor” por 10 días
contados desde la salida del puerto infectado, o desde
el día de desembarco en el lazareto de un enfermo. Esta
Convención lamentablemente tampoco fue raticada
aunque sirvió para orientar criterios sanitarios.
Mejor suerte tuvo la 

 ya que tanto la Convención como el Reglamento
acordado y rmado en Río de Janeiro el 25 de noviembre,
fueron sancionados por nuestra Asamblea General y se
canjearon las raticaciones de estilo entre los países
contratantes en Montevideo el 3 de agosto de 1889.
En esa Convención, cuya intención fue más comercial
que sanitaria (pues se atribuía a la carne vacuna y a
la carne tasajo uruguaya ser vehículo del cólera y se
impedía su importación por Brasil) tuvo un brillante
desempeño el químico vizcaíno José Arechavaleta y
Balparda, representando a Uruguay junto al médico y
profesor de Medicina Legal e Higiene Elías Regules
(10). La ebre amarilla tuvo una especial consideración,
admitiéndose un período de incubación de 10 días, lo
que explicaba el lapso de cuarentena. Los puertos se
clasicaron en “infectados” y “sospechosos”; la forma de
aislamiento siguió siendo “de rigor” o “de observación”
respectivamente. Los puertos no se clausurarían ni se
rechazarían los navíos. Con motivo de esta Convención,
se instaló un 󵘍󵼕󵄏󶐆 en el Río de la Plata que
Uruguay no utilizó pues le era suciente con el lazareto
de Isla de Flores. Sus instalaciones fueron mejoradas y
ampliadas. Se creó el Cuerpo Sanitario de Inspectores
de Navío. La Convención rigió hasta 1892. Fue bajo esta
reglamentación que Rafael Sienra y sus hijas tuvieron
que cumplir cuarentena en Isla de Flores.
El      , en sustitución del
que hubo en la Isla de la Libertad o del Cerro, frente al
puerto de Montevideo, fue autorizado en el gobierno del
general Venancio Flores (1866 a 1868) ante la epidemia
de cólera morbus de 1867-1868. Flores fue asesinado
en febrero de 1868 y no pudo asistir a su inauguración,
que fue en febrero de 1869, en la presidencia del general
Lorenzo Batlle.
La isla de Flores (en realidad un archipiélago de tres
pequeñas islas sin playa, denominadas hasta hoy
primera, segunda y tercera) a nueve millas de la costa
montevideana y visible desde ella a simple vista, es un
angosto aoramiento rocoso de unos dos kilómetros
de longitud, cuyo mayor ancho es de sólo trescientos
a quinientos metros, y cuyo punto mas alto está sobre
diecisiete metros sobre el nivel del mar.
El sitio fue ideal para lazareto, distante de Montevideo
y en la ruta de tráco naviero desde puertos sucios (Río
de Janeiro) a puertos del Río de la Plata (Montevideo y
Buenos Aires). En febrero de 1869 se inauguraron sus
primeras construcciones en la isla bajo la dirección
del ingeniero Ignacio Pedralbes; tres grandes cuerpos
que en años sucesivos fueron completándose a medida
que las circunstancias de orden epidemiológico lo lo
impusieron. El primer médico, por decreto del 12 de
febrero de 1869 fue Julio Jurkowski. En enero de 1870
se habilitó un camposanto en la isla. El de marzo
de 1878, por decreto (bajo la presidencia del coronel
Lorenzo Latorre) se nombró a un médico como Director
General de la isla, Luis Palacios, a cuyo estímulo pese al
breve período de desempeño se debieron la habilitación
del pequeño hospital o lazareto sucio de la tercera isla;
el tendido del cable telegráco submarino, y la creación
del archivo del lazareto comenzando por reunir los
papeles dispersos desde 1869. Luego de la epidemia
de cólera de 1895 hubo reformas y se construyeron
más dependencias. Sólo los enfermos o sospechosos
de serlo se alojaban en el hospital de la o la isla
(según la naturaleza del mal que los aquejaba); los
sanos eran simplemente vigilados y se alojaban en las
dependencias del lazareto limpio. Hoy todo es ruina.
Cuando escribimos nuestro artículo en su versión
original (1994) las dos principales fuentes bibliográcas
sobre el lazareto de Isla de Flores provenían del médico
Antonio Martín Galindo, divulgado en la obra de Orestes
Araújo (11) y del capellán presbítero Celestino Cúneo
(12). Pero desde entonces, atraída la atención de
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli
68
69
investigadores y curiosos sobre aquellas ruinas, se han
sucedido trabajos de mayor envergadura, entre los que
sobresale el de Langguth y Varese (13). La Facultad
de Medicina a través de su Departamento de Historia
tiene en proceso un proyecto de investigación sobre el
lazareto y su impacto social. Todo esto nos exime de
entrar en detalles sobre el mismo, aunque conocimos
por inspección in situ su lamentable estado como
ruina en dos oportunidades. La primera con colegas
del Departamento de Historia de la Medicina en el año
2000, y la segunda con personal del Hospital Militar en el
2004 obteniendo numerosa documentación fotográca.
Ante la visión de aquella destrucción no podemos
resistir transcribir el acápite del capítulo 12º del libro de
Langguth y Varese, capítulo que grácamente titulan El
viento entre las ruinas (pág. 215):
“Llanto, dolor, rabia siento cuando veo todas estas piedras
derrumbadas, estas puertas y ventanas arrancadas. El hombre
destruye sus propias obras sin darse cuenta de lo que pueden
llegar a ser como testimonio del pasado. Y cuando llegan los
lamentos, es demasiado tarde” (Anónimo).
La Comisión Nacional del Patrimonio tiene pues la
palabra.
Las dos primeras islas fueron las inicialmente ocupadas
(el faro, desde 1828 ya estaba presente en la primera).
La  (“lazareto limpio”) es la que dispuso de la
mayor obra edilicia, para administración, comandancia,
sucursal de correos y estación telegráca, alojamiento
de los pasajeros con amplia terraza, hospital de
observación, y un centro de desinfección de ropas,
cartas y equipaje a vapor, de la cual disponemos
de abundante documentación gráca . Además los
servicios propios para cocina, incluyendo vajilla sellada,
despensa, lechería, lavadero, y depósito de agua de
lluvia (pues no la había surgente). En ocasión de esta
puesta al día de mi trabajo, encuentro ofertado en
Internet con su correspondiente fotografía una “cuchara
sopera y cucharita de té que tiene en su mango grabado
en el anverso Lazareto de Isla de Flores- Montevideo, y
en su reverso 2º y 3º Cuerpo”.
Un       hacia
Montevideo servía para alojar visitantes en su planta
alta, y la guarnición en la baja, pero fue edicado a
principios del siglo XX. Las baldosas de cerámica roja
guardan inscripciones grabadas por los cuarentenados .
Debe tenerse presente que la función de todos
estos edicios podía cambiar según las condiciones
epidemiológicas o el número de alojados; e incluso
según la situación política, pues hubo allí también
. Muchos políticos y médicos partícipes de la
revoluciones de nes del siglo XIX y principios del XX
estuvieron allí forzosamente alojados.
Los pasajeros de los navíos procedentes de puertos
infectados debían ser trasladados a la isla en lanchas
o botes (“guadaños”); un  facilitó el desembarco
de estas embarcaciones secundarias desde 1873. Los
equipajes, siempre voluminosos eran transportados en
vagonetas sobre rieles hasta los alojamientos.
La  albergó un hospital para enfermos “no
pestilenciales” “ni de enfermedades exóticas”, y a su
lado el camposanto.
La   (“lazareto sucio”), habilitada en 1878
presentó dicultades para su acceso (quedaba
inaccesible desde las dos primeras por la crecida del
mar). Se edicó allí un hospital para pestilenciales,
patologías exóticas y enfermos terminales. Capilla
y crematorio desde 1903 se destacan por una alta
chimenea. El alojamiento del médico, inicialmente de
madera, estaba precisamente en esa isla, aunque no
parece que hubiera sido siempre así. En efecto, en 1881
el médico comunicó al director de la isla (Comandante
de Marina) que no había podido pasar al “lazareto sucio”
por la crecida de las aguas; por tanto no se alojaba en
la isla 3ª.
Para los que no han probado los sinsabores de la vida
del médico en el mar (y en esa isla era igual) advierto al
lector que el que escribe, como médico de Marina que
fue por años, tuvo guardias de venticuatro horas que se
extendieron por días, cuando fue requerida su presencia
a bordo del buque de guardia, para salir en operativo de
“Búsqueda y Rescate” (Operativo BYR), en ocasión de un
naufragio, pedido de auxilio o extravío de embarcaciones
de pesca o deportivas. Y habitualmente con mal tiempo.
Así que sabemos cómo se debió sentir aquel colega,
aislado por días en aquella inhóspita isla.
Publicación de la DNSFFAA
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Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 69
El lazareto tuvo su reglamento interno, decretado el 19
de enero de 1888 por el Presidente Tajes y su Ministro
de Gobierno Julio Herrera y Obes (14). El alojamiento
de los “cuarentenados”, se hacía según la clase en que
viajaban (1ª, y 3ª) y las condiciones de convivencia de
todos fue muy problemática: falta de agua para higiene
personal; temperaturas muy altas en verano y bajísimas
en invierno; temporales y vientos fuertes; hacinamiento;
falta de distracciones; demora en reanudar el viaje;
comida rutinaria. Y aún el pago por la estadía, ya que
el Estado no costeaba la permanencia en el lazareto, so
pena de conscación del equipaje. La “cuarentena” no
signicaba “cuarenta días”; podía serlo por más breve
lapso, incluso algunos días, lo que dependía de las
condiciones sanitarias del navío o la calidad del puerto
de salida. El concepto de “cuarentena” fue el aceptado
por la , en el
sentido de “observación sanitaria, aislamiento de varios
días”, pudiendo variar según el período de incubación
aceptado para cada enfermedad.
El lazareto albergó miles de pasajeros anualmente. En
el período de dieciocho años entre 1873 y 1891 pasaron
por él 57.907 personas entre pasajeros y tripulación. El
año tope fue 1884, con 7.400 pasajeros por el riesgo de
cólera. Sin embargo sólo se registraron 76 defunciones en
la isla, de los cuales 14 por enfermedades transmisibles
(seis de ebre amarilla, cinco de viruela, tres de ebre
tifoidea)(15). El último caso conocido de ebre amarilla en
nuestro país e ingresado en el lazareto fue comunicado
por el infectólogo y epidemiólogo compatriota Enrique
Claveaux en 1929, siendo el enfermo un capitán de
marina mercante que en viaje a Buenos Aires había
tocado puerto en Rio de Janeiro, y estaba en el período
de ictericia. Murió en la Isla de Flores (16). Como lugar
de cuarentena, el lazareto cumplió su último destino en
1934 ante una epidemia de viruela. El cese ocial fue en
1935, pero recién en 1961 las autoridades del Ministerio
de Salud Pública decidieron vaciarlo y trasladar lo que
era de utilidad a Montevideo con destino a la Colonia
Etchepare. La documentación administrativa se perdió,
o quedó en el Ministerio o fue cedida al Archivo General
de la Nación (17). Solo quedó en la isla la pequeña
guarnición de servicios del faro. En tanto los edicios,
que debieron ser conservados como patrimonio cultural,
pues es el único lazareto importante en América del
Sur, se fueron destruyendo por la acción de la violenta
naturaleza o la mano del hombre que se apropió de lo
poco que era útil, enajenable o reciclable, cuando no por
instinto vandálico (18).
En 1996, por decreto, las islas de Flores (con Lobos,
Cabo Polonio, Castillos y La Coronilla) fueron declaradas
“Parque Nacional”, e integra el Sistema Nacional de
Áreas Protegidas de la DINAMA (Dirección Nacional
de Medio Ambiente). Su única población es hoy la
dotación del faro, que depende del SERBA (Servicio de
Balizamiento) de la Armada Nacional.
En la isla de Flores recaló el barco que trasladaba a
Rafael Sienra y sus hijas, aún aquejados por el drama de
la ebre amarilla de Río de Janeiro; y en convalecencia
una de sus hijas que había contraído la ebre amarilla.
Siendo el período de incubación de la enfermedad
de seis días, y como el viaje desde Río de Janeiro
insumía tres, podría suceder que al arribo a Montevideo
hubiera pasajeros infectados. Debían cumplir entonces
vigilancia sanitaria en el lazareto para un diagnóstico
precoz de la infección. Seguramente ocuparon
dependencias en la isla, ya que si bien procedían
de “puerto sucio” no estaban enfermos. Sin duda que
la estadía no fue agradable. Por las condiciones de la
vida de aislamiento, el ocio, el clima intemperante, las
incomodidades de habitación compartida, la convivencia
obligada con pasajeros de clases sociales con hábitos
diferentes (recordemos que los Sienra pertenecían a un
estamento aristocrático), el retrete colectivo y el rígido
menú con comida de olla (invariablemente puchero,
arroz o deos). Y todo ello en un período de duelo y
sufrimiento moral por la muerte de esposa e hija.
Debe de haber deambulado en aquel páramo rocoso,
con su pensamiento jo en la mujer querida y la pequeña
hija enterradas en Río de Janeiro, y la mirada ansiosa
hacia la cercana Montevideo donde le aguardaba su
familia. La hija aún convaleciente requería cuidados
médicos.
Y fue entonces que encontró a un hombre sensible, que
además era en ese momento el médico de la isla y su
lazareto: Román Bergalli.
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli
70
71
Dr. Román Bergalli, dibujo rmado por Grezzi, 1978
Publicación de la DNSFFAA
70
Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 71

No hay muchos datos biográcos de este médico.
Mencionado en el folleto del Presbítero Celestino
Cúneo, es en el diccionario biográco de María Díaz
de Guerra donde se encuentran algunos datos (19).
Un documento que nos cediera el Dr. Luis Bergalli,
nos permite acrecentar su biografía (20). Un dibujo a
la carbonilla que rma Grezzi 1958, tal vez copia de un
retrato de época del médico Román Bergalli, enriquece
esta crónica pues es inédito. Y es de las pocas imágenes
que se conservan del galeno.
Román Bergalli nació en Montevideo el 9 de agosto
de 1862, lo que contradice a sus biógrafos que dan
el año de 1863. Hijo de Juan Bautista Bergalli y de
Filomena Bargoni. Se recibió como médico en el Reino
de Italia, con diploma de la Universidad Real de Turín
el 21 de noviembre de 1888. De regreso a Uruguay
revalidó su título ante la Junta de Higiene Pública el 2
de marzo de 1891. El Presbítero Celestino Cúneo, que
evidentemente pudo examinar la documentación del
lazareto durante su ejercicio pastoral en la isla, fecha
la designación de Bergalli como médico el 12 de mayo
de 1891, sucediendo al Dr. Jaime Garau. Desempeñó el
cargo hasta 1893 cuando, a instancias del entonces Jefe
Político fernandino, coronel Melchor Maurente, y ante la
ausencia del médico de San Carlos Andrés Ceberio, le
estimuló a radicarse en San Fernando de Maldonado,
designándolo el Superior Gobierno - a instancias de
Maurente - como médico de policía.
Román Bergalli fue además Inspector Departamental
de Higiene, forestador que transformó en una década
treinta hectáreas de médanos y bañados en hermosos
predios arbolados, educador y latinista dictando un curso
en el liceo gratuito que co-fundó con Antonio Camacho y
José Dodera en la Escuela Ramírez de Maldonado. En
1898 fue designado miembro de la Junta Económico-
Administrativa fernandina. En 1899, diputado por
Maldonado se radicó en Montevideo. Al terminar su
período legislativo en 1902 retornó a Maldonado.
Entre el 12 de mayo de 1891 y en fecha imprecisa de
1893, Román Bergalli estuvo a cargo de la sanidad
de la isla de Flores y su lazareto. El 20 de febrero de
1892 Rafael Sienra con sus hijas se había embarcado
en Río de Janeiro con destino a Montevideo, travesía
que demandaba algunos días. Román Bergalli y Rafael
Sienra habrían intimado durante la obligada permanencia
en la isla, que según el Reglamento Sanitario sería de
varios días; y aquel de alguna forma facilitó la estadía
de éste y sus hijas, y tal vez las asistió médicamente,
ya que una de ellas, María Angélica había enfermado de
ebre amarilla y estaba aún convaleciente. Es explicable
la deuda de gratitud que Sienra le expresó al médico al
dedicarle un ejemplar de su libro.
Recorriendo aquel hoy desolado y ruinoso paisaje,
donde sólo se escucha el bramar del viento, el rumor
de las olas y el graznido de la gaviota cocinera (lorus
dominicanus) que nidica masivamente en las islas,
nuestro pensamiento se retrotrae al momento en que
Rafael Sienra, tal vez llevando de la mano a sus hijas
y acompañado del médico Román Bergalli, “mataban
el tiempo” discurriendo sobre los temas obligados del
momento. O tal vez el anecdotario de Bergalli sobre su
estadía en Turín, durante los estudios médicos. O las
peripecias de Sienra durante sus dos viajes a la capital
brasileña y la enfermedad y muerte de su esposa y
pequeña hija. Sin duda que aquella obligada estadía en
isla de Flores debió representar para padre e hijas algo
así como un inmerecido calvario. Que Román Bergalli
quizá pudo aliviar en algo dentro de sus menguadas
posibilidades, lo que Rafael Sienra no olvidó.
La dedicatoria autógrafa a Román Bergalli que Rafael
Sienra estampó en un ejemplar de su libro 
 , y que hemos transcripto al inicio de esta
crónica, fue un testimonio de gratitud hacia el médico de
la isla con el que había compartido las ingratas jornadas
de forzosa cuarentena.
El libro, presumiblemente fuera de comercio, fue una
suerte de testimonio o recordatorio para los íntimos pues
habría carecido de interés para el vulgo a excepción de
considerarlo una pieza bibliográca rara. Pero hoy, a los
ojos del cronista adquiere un valor testimonial de primera
mano. Y es un precioso documento, cuanto doloroso
de revisarlo, sobre una época en que la enfermedad
infecciosa mataba a discreción. Y en que al pisar tierra
extraña, no se sabía si al día siguiente estaría aún con
vida o ya con pase al necroterio (21). Afortunadamente
fue conservado por los descendientes de Román
Bergalli, y de ellos ha llegado a nosotros. El ejemplar
que conserva la Biblioteca Nacional de Montevideo
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli
72
73
duerme el sueño eterno en los anaqueles. Hoy revive
en estas páginas a más de cien años de acontecidos
los hechos que narra y que motivaron su edición. No sin
emoción se recorren sus folios (16).
Román Bergalli murió joven aún, inopinadamente
a la edad de 48 años, el 24 de mayo de 1911 y en
Montevideo, adonde había viajado por exigencias de
su cargo de Inspector Departamental de Higiene. Una
crónica del periódico fernandino La Reforma”, rmado
por Rómulo Muñoz Zeballos, dijo: Con su sombrero de
amplias alas, que hacía las veces de quitasol en verano
y de paraguas en invierno. Con su robusto bastón
que los amigos de su poseedor denominaban en tono
amistoso <el garrote del Dr. Bergalli>; con su paso
lento y pesado, y con una mueca insinuante dibujada
invariablemente en la comisura de sus labios; con estos
atributos que constituían las aristas de su personalidad
exterior, se le ha visto durante veinte años al compatriota
que desaparece, cruzar las calles de Maldonado por
la mañana, por la tarde, a la noche, siempre, siempre
en la misión impuesta por la noble profesión de
médico, que tiene mucho de apóstol y de víctima de la
ingratitud de los hombres”. Su cadáver fue trasladado
en tren expreso hasta Maldonado y allí recibido por una
imponente manifestación popular. El comercio cerró ese
día sus puertas siendo sepultado en el cementerio local.
Una calle de San Fernando de Maldonado lleva hoy su
nombre.

In 1993, on the central hall of the Military Hospital of
Montevideo, Dr. Luis Bergalli
Campomar, Surgeon, who soon became Chief of the
Surgery Service and later Professor of Surgical Clinics
(1939 2000) handed me a folder holding a book and
several documents. From my fondness for facts from
the past, he sensed that “I would surely be interested
form the historic point of view”. His predecessor, Román
Bergalli, also a doctor, had practiced at the leprosary
of the Flores island and had received, from one of the
quarantined patients in this island, a book of memories
with an autographed signature. The investigation about
the reason for the book that Luis Bergalli had given to me
and the inscription written on it, gave rise to this article,
which I rst presented, but in a shorter version, to the
Uruguayan Society of History of Medicine a few years
ago, but it was not published, for reasons unknown to
me. It deals with yellow fever, the Uruguayan leprosary
at the Flores island and Dr. Román
Bergalli. I dedicate it as an homage to this distinguished
colleague, now deceased.
YELLOW FEVER
URUGUAY FLORES ISLAND

(1) Soiza Larrosa A. Recuerdos de Carola de Rafael
Sienra. Ejemplar con dedicatoria autógrafa al Dr. Román
Bergalli. Montevideo, 1893. Presentado en la sesión
cientíca de la Sociedad Uruguaya de Historia de la
Medicina el 3 de mayo de 1994. Inédito.
(2) Barrios Pintos A. San José. De la prehistoria a
nuestros días. Montevideo : Ministerio de Educación y
Cultura vol 1: 123, 1986.
(3) Goldaracena R. El libro de los linajes. Montevideo :
Arca, 1978, vol 2: 217.
(4) Olazábal H. Cronistas del San José antiguo.
Montevideo : Sandino, 1968: 105.
(5) El Catálogo Alfabético de la Biblioteca Nacional de
Montevideo describe como obras de Rafael Sienra:
(5.1) Recuerdos de Carola. Montevideo, Imprenta El Siglo
Ilustrado, 1893, 78 p., 1 foto, 1 grabado y facsímiles. Es
una cuidada edición, con el texto marginado por líneas
de fantasía, hoja de gran formato, viñetas y facsímiles
de cartas. Este fue el ejemplar que nos entregó el Dr.
Luis Bergalli.
(5.2) Impresiones. Montevideo: Imprenta y Litografía
Oriental, sin fecha [1895], 108 p.
(5.3) Llagas sociales: la calle Santa Teresa.
Montevideo : Latina, 1896, 58 p. [Hay 2ª, y ed.,
todas en Montevideo, Establecimiento Tipo-Litográco
Oriental, 1896, 62 p., lo que habla de la repercusión
que tuvo este libro. Recientemente ha sido reeditado en
Memorias del Novecientos, Montevideo : Ediciones de
la Banda Oriental, 2007, compilación de varios autores
de nes del siglo XIX, con prólogo y notas por Heber
Raviolo, p 363-380].
(5.4) De un paseo por Italia (Hojas de cartera).
Montevideo : Dornaleche y Reyes, 1899, 69 p.
(5.5) Fragmentos de un manuscrito. Montevideo:
Dornaleche y Reyes, Impresores, 1900, 201 p. 8 láminas.
Un ejemplar encuadernado se encuentra en la Biblioteca
Publicación de la DNSFFAA
72
Salud Militar Vol. 31 Nº 1 Año 2012 73
Nacional de Madrid donado por la de Montevideo en
1930 en ocasión de la Exposición del Libro Uruguayo
en el año del centenario. En tirada nada despreciable
de 1000 ejemplares numerados, la edición fue donada a
la Sociedad de Benecencia de la ciudad de San José.
Disponible en: http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es
[Consulta: 10/02/2012].
(5.6) Mi libro: reviviendo el pasado. Fechado en San
José 1916, es un texto mecanograado, sin numerar,
compuesto de 3 volúmenes. Vol. 1: El terruño. Un idilio
en la sombra del campanario. La iglesia nueva. Vol. 2:
Juvenilia. Vol. 3: Un viaje a Italia. La vuelta al terruño. De
todas estas crónicas ha sido editada El Terruño. Historia
de San José y su pago. Montevideo : Ediciones de la
Banda Oriental, 1983, 110 p.
(5.7) El Uruguay. Su progreso. Su riqueza. Su cultura.
Conferencia dada en la Feria Internacional de Muestras,
que con la representación de S.M., el Rey de España
fue inaugurada el día 15 de abril de 1922 en el Salón
de Ciento del Palacio del Exmo. Ayuntamiento de
Barcelona. Barcelona : Dalmau, Yuste y Bis, [1922]. 14
p., ilus. Disponible en: http://bibliotecadigitalhispanica.
bne.es [Consulta: 10/02/2012].
(6) Sienra R. Fragmentos de un manuscrito. Montevideo
: Dornaleche y Reyes, 1900. citado.
(7) Sienra R. Recuerdos de Carola. Montevideo : El
Siglo Ilustrado, 1893, citado.
(8) Goldaracena R. El libro de los linajes. Montevideo
: Arca, 1978. Tomo 2º: 63-64. Yorio, Ana Mª: Parroquia
Inmaculada Concepción. Un testimonio vivo. Disponible
en: www.raícesuruguay.com/2012_01/manda_yorio.
html [Consulta: 10/02/2012].
(9) Saralegui J. Historia de la Sanidad Internacional.
Montevideo: Ministerio de Salud Pública, 1958. p. 131-
136.
(10) Soiza Larrosa A. José Arechavaleta, el cólera
y la crisis del tasajo en el Uruguay (1887). Ses. Soc.
Urug. Hist. Medicina, Montevideo, vol. III: 69-100, 1987.
El Reglamento en Matías Alonso Criado, Colección
Legislativa de la República Oriental del Uruguay, tomo
XII, Montevideo, 1890, p 21-32; lleva fecha 19 de enero
de 1888.
(11) Martín Galindo A. Informe del director médico
[AMG] del lazareto de Isla de Flores. Memoria del
Consejo Nacional de Higiene, 1896. En: Orestes Araújo,
“Diccionario Geográco del Uruguay”, ed. Montevideo
: Dornaleche y Reyes, 1900. p. 291-95.
(12) Cúneo, C. (Capellán de la Isla): La Isla de Flores.
Reseña histórico-administrativa. ed. Montevideo:
Artes GráfIcas Covadonga, 1944. 75 p.
(13) Langguth E, Varese JA. Historias y leyendas de la
isla de Flores. Montevideo : Torre del Vigía, 2000. 300
p., ilus.
(14) Alonso Criado M. Lazareto de Isla de Flores. Su
Reglamento. Colección Legislativa, tomo XII, 1890,
Montevideo : Pedro Ortiz, 1890. p 21-32.
(15) Langguth E, Varese JA. El Lazareto. En su:
Historias y leyendas de la isla de Flores, cit.; p.134 en
que transcriben datos numéricos extraídos del “Libro
diario del médico del lazareto”.
(16) Claveaux E. Sobre el último caso de ebre amarilla
aparecido en el Uruguay. Ministerio de Salud Pública,
Temas de Salud Pública, Montevideo : MSP, 1965. p 70-
73 (Publicaciones de la Biblioteca del M.S.P).
(17) Archivo General de la Nación: Inventario de los
fondos documentales del Archivo General de la Nación.
Montevideo, 1971. La documentación indexada como
“Isla de Flores. Lazareto” está en los libros Nº4163 a
4203. Además, se conservan los libros diarios de la
Comandancia (Libros 4204 a 4208) y los libros de
notas de la estación telegráca (Libros Nº 4209 a 4243).
(18) Hubo un lazareto en la Isla de Martín García que
se habilitó entre nes del siglo XIX hasta 1915 para
enfermos de Buenos Aires. Se conserva la llamada
“Casa de los médicos”, donde se refugió el poeta Rubén
Darío cuando visitó la isla, hoy “Centro de Divulgación
Ecológica”.
(19) Diaz de Guerra M. Diccionario biográco de
la ciudad de Maldonado (1755-1900). Montevideo:
Imprenta Cooperativa, 1974. 104 p.
(20) Anónimo. Recuerdos . . . Manuscrito sin fecha
ni rma, 54 páginas de 270 x 230 mm, sin numerar.
Contiene datos del Dr. Román Bergalli. En poder de sus
descendientes; cortesía del Dr. Luis Bergalli.
(21) Benchimol JL. Fiebre amarilla: miasmas, microbios
y mosquitos. Una historia a vuelo de pájaro vista
desde el Brasil. Rev. Biomed 2010, 21 (3): 247-266.
Disponible en: www.revbiomed.uady.mx/pdf/rb1021312.
pdf [Consulta: 10/08/2012].
La Fiebre Amarilla, el Lazareto y el Médico Román Bergalli