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Salud Mil 2024; 43(2):1-11. https://doi.org/10.35954/SM2024.43.2.2.e701. e-ISSN 1688-0633.
Un diario inédito manuscrito en el Lazareto de la Isla de Flores en el año 1899, Montevideo, Uruguay
a) residencia en el lugar de trabajo;
b) cuidado del orden y aseo de enfermos y sala
de internación;
c) acompañar al médico o cirujano en la visita
médica, llevando el recetario y la prescripción
dietética ordenada;
d) hacerse cargo de la botica y de los medica-
mentos prescriptos;
e) recibiendo y anotando en el acto las reclama-
ciones por falta o error en el despacho de medi-
camentos;
f) practicar las curaciones, conservando en el
mayor orden todos los instrumentos, apósitos y
demás utensilios destinados al servicio;
g) tendrá a su cargo las hojas y el libro clínico de
las salas, los que llenará con la mayor exactitud;
h) cumplir con el turno de guardia, atendiendo
cualquier incidente imprevisto y dando aviso
inmediato al médico en caso de ser necesario.
Surge del diario, que en el lazareto se ocupaban
además de las fumigaciones de los vapores, la
distribución de los pasajeros desembarcados
según la Clase 1ª, 2ª o 3ª en que viajaban, y
realizaban la técnica de autopsia en presencia
del médico (6).
EL PORQUÉ DEL DIARIO
La siguiente pregunta que se plantea es ¿cuál
el objeto del diario?. De su lectura surge que fue
registrar día a día y en forma horaria las noveda-
des en el lazareto (gura 6).
Se incluyó el arribo y destino de buques, pasajeros
y bultos de un ujo sorprendente por el número
de vapores que ingresaban al Río de la Plata.
Más abajo se enumeran por nombre y bandera
los navíos arribados a la isla citados en el diario
(tabla 1).
Ocasionalmente se asentaron las irregularidades
comprobadas durante el servicio.
Seguramente fue una garantía de cómo se cum-
plían las funciones respecto de buques, pasajeros
y equipajes, un instrumento burocrático que podía
Pero ambos fueron consignados explícitamente
en la segunda Memoria del Consejo Nacional de
Higiene (4).
Los otros practicantes del lazareto, Eusebio
Aranguren y Eladio Rey quedaron registrados,
pero como ebótomos (1856 y 1869 respecti-
vamente).
El practicante desempeñaba un rol técnico en
estrecha colaboración con el médico, una suer-
te de colaborador especializado, aunque idóneo
(no existía instituto formador); un adjunto que
podía reemplazarlo en caso necesario.
Repárese que en esa época (siglo XIX) los recur-
sos médicos eran muy limitados y empíricos. Los
auxiliares adquirían entonces los rudimentos de
su práctica asistiendo a un hospital o acompa-
ñando a un médico cirujano en su clínica. No
por ello dejaron de alcanzar cargos importantes.
Tal el caso del practicante José María Labora y
Zapico, un español nacido en 1847 y examina-
do en la Junta de Higiene en 1878 -y por ello
asentado en su Registro de Títulos- y que ingre-
só al Ejército Nacional con el grado de mayor
asimilado, integrando el cuerpo sanitario guber-
nista que enfrentó las revoluciones orientales
de 1897 y 1904.
El practicante no se ocupaba de menesteres
menores, como el cuidado de los enfermos, su
higiene, la ropa de cama, el vaciado de las
excretas. Estas eran tareas para el personal de
servicio más inferior, auxiliares que ni siquiera
requerían registrarse ni prueba de suciencia
alguna, genéricamente llamados enfermeros.
La obligación de registrarse para ejercer para
los practicantes es una prueba indirecta de su
rango profesional, que no tenían por cierto los
enfermeros. El único enfermero que registra este
diario es Antonio Barreiro que pasó con licencia
por enfermedad a Montevideo el 7 de mayo de
1899. No habiendo reglamento para practican-
tes, puede verse cuáles eran las obligaciones de
estos empleados en el Reglamento del Cuerpo
de Sanidad [Militar] de la R.O. del U. de 1882: